sábado, 14 de abril de 2012

LA PRÒXIMA CELEBRACIÓ ÉS......SANT JORDI!!!

Tenim programades per aquell dia, una sèrie d'activitats per gaudir tots junts!!! Els nens i nenes de la llar hauran portat de casa, el conte que més els hi agradi i el llegirem tots plegats. també explicarem la història de Sant Jordi amb una representació teatral.
seguidament farem una rosa amb material reciclat i cada nen li donarà a la seva mare, que a elles els hi encanta rebre detallets i sobretot dels seus fills.... esperem que hos agradi i que sobretot ells s'ho passin genial!!!

El material que necessitarem serà:

   -una ouera de cartró
   -pintura verda (aquarel.les o témperes)

   -paper de seda vermell i verd
   -filferro

   -una canya de refresc
   -cola
   -Tisores


Primer de tot, tallarem la ouera i la pintarem de verd. Mentre s'asseca, tallarem el paper de seda amb una amplada d'uns 5-8 cm, i la començarem a enrotllar fent que quedi desigual... lligarem la part d'abaix amb el filferro. quan la pintura de la ouera està seca, farem un foradet a la part de baix, i hi passarem el filferro, que enrotllarem a la canyeta. Llavors tallarem el paper de seda verd, amb tires d'in c. més o menys, que enrotllarem amb l'ajuda de la cola a la canyeta, i Ja Éstà!!! Una Rosa de Sant Jordi preciosa i feta pels nens!!! S'ho passaran molt bé!!!

jueves, 12 de abril de 2012

 *conte*

El príncipe y el juguetero

Cuento para aprender a compartir los juguetes
Había una vez un pequeño príncipe acostumbrado a tener cuanto quería. Tan caprichoso era que no permitía que nadie tuviera un juguete si no lo tenía él primero. Así que cualquier niño que quisiera un juguete nuevo en aquel país, tenía que comprarlo dos veces, para poder entregarle uno al príncipe.
Cierto día llegó a aquel país un misterioso juguetero, capaz de inventar los más maravillosos juguetes. Tanto le gustaron al príncipe sus creaciones, que le invitó a pasar todo un año en el castillo, prometiéndole grandes riquezas a su marcha, si a cambio creaba un juguete nuevo para él cada día. El juguetero sólo puso una condición:
Mis juguetes son especiales, y necesitan que su dueño juegue con ellos - dijo - ¿Podrás dedicar un ratito al día a cada uno?
¡Claro que sí! - respondió impaciente el pequeño príncipe- Lo haré encantado.
Y desde aquel momento el príncipe recibió todas las mañanas un nuevo juguete. Cada día parecía que no podría haber un juguete mejor, y cada día el juguetero entregaba uno que superaba todos los anteriores. El príncipe parecía feliz.
Pero la colección de juguetes iba creciendo, y al cabo de unas semanas, eran demasiados como para poder jugar con todos ellos cada día. Así que un día el príncipe apartó algunos juguetes, pensando que el juguetero no se daría cuenta. Sin embargo, cuando al llegar la noche el niño se disponía a acostarse, los juguetes apartados formaron una fila frente él y uno a uno exigieron su ratito diario de juego. Hasta bien pasada la medianoche, atendidos todos sus juguetes, no pudo el pequeño príncipe irse a dormir.
Al día siguiente, cansado por el esfuerzo, el príncipe durmió hasta muy tarde, pero en las pocas horas que le quedaban al día tuvo que descubrir un nuevo juguete y jugar un ratito con todos los demás. Nuevamente acabó tardísimo, y tan cansado que apenas podía dejar de bostezar.
Desde entonces cada día era aún un poquito peor que el anterior. El mismo tiempo, pero un juguete más. Agotado y adormilado, el príncipe apenas podía disfrutar del juego. Y además, los juguetes estaban cada vez más enfadados y furiosos, pues el ratito que dedicaba a cada uno empezaba a ser ridículo.
En unas semanas ya no tenía tiempo más que para ir de juguete en juguete, comiendo mientras jugaba, hablando mientras jugaba, bañándose mientras jugaba, durmiendo mientras jugaba, cambiando constantemente de juego y juguete, como en una horrible pesadilla. Hasta que desde su ventana pudo ver un par de niños que pasaban el tiempo junto al palacio, entretenidos con una piedra.
Hummm, ¡tengo una idea! - se dijo, y los mandó llamar. Estos se presentaron resignados, preguntándose si les obligaría a entregar su piedra, como tantas veces les había tocado hacer con sus otros juguetes.
Pero no quería la piedra. Sorprendentemente, el príncipe sólo quería que jugaran con él y compartieran sus juguetes. Y al terminar, además, les dejó llevarse aquellos que más les habían gustado.
Aquella idea funcionó. El príncipe pudo divertirse de nuevo teniendo menos juguetes de los que ocuparse y, lo que era aún mejor, nuevos amigos con los que divertirse. Así que desde entonces hizo lo mismo cada día, invitando a más niños al palacio y repartiendo con ellos sus juguetes
Y para cuando el juguetero tuvo que marchar, sus maravillosos 365 juguetes estaban repartidos por todas partes, y el palacio se había convertido en el mayor salón de juegos del reino.